La obesidad y el sobrepeso se definen como una acumulación anormal o excesiva de grasa que puede ser perjudicial para la salud.
Una forma simple de medir la obesidad es el índice de masa corporal.
Se calcula dividiendo el peso de una persona en kilogramos por el cuadrado de la talla en metros.
En el caso de los adultos, una persona con un índice de masa corporal igual o superior a 30 es considerada obesa y con un índice de masa corporal igual o superior a 25 es considerada con sobrepeso.
La obesidad es uno de los principales factores de riesgo para numerosas enfermedades crónicas, entre las que se incluyen la diabetes, las enfermedades cardiovasculares, la hipertensión y los accidentes cerebrovasculares, así como varios tipos de cáncer.
Además, los niños con sobrepeso tienen un mayor riesgo de tener sobrepeso o ser obesos en la edad adulta.
Alguna vez la obesidad fue considerada como un problema de países con ingresos altos, pero actualmente la obesidad y el sobrepeso están aumentando en los países con ingresos bajos y medios, especialmente en las áreas urbanas.
Por primera vez, la esperanza de vida puede ser menor que la de la generación anterior.
En cuanto a su relación con el COVID-19, la obesidad es un factor agravante de la enfermedad.
Durante el estallido del mundo por el COVID-19, gran parte de la población subió de peso.
La urgencia de atiborrarse de comida y ocupar el tiempo cocinando o comiendo, trajo aparejada un aumento de conductas de mala alimentación.
También el sedentarismo por el confinamiento, ha sido otro factor que ha contribuido para el aumento de la obesidad.
Y lo más grave: la obesidad se convirtió en uno de los principales factores asociados a la internación y el mal pronóstico en COVID-19.
Los alimentos son una llave maestra para la salud como dijera Hipócrates: ‘Que la comida sea tu alimento y el alimento, tu medicina’, pero si no seguimos este sabio consejo, también son una puerta de ingreso para la enfermedad.
Pero los alimentos no existen como objetos aislados. Están íntimamente vinculados a las diversas formas en que la humanidad los ingiere.
Estos cambios han dejado como saldo un número creciente de casos de obesidad y sobrepeso que requieren que les prestemos atención para evitar que se conviertan en grandes problemas a futuro.
¿Qué impulsa a las personas a seguir comiendo en exceso cuando los riesgos asociados son tan altos?
Quizás lo mismo que impulsa a un fumador a seguir fumando o a un drogadicto a seguir consumiendo.
Al igual que el alcohol y las drogas, los alimentos muy sabrosos pueden ser adictivos.
Al igual que las drogas de abuso, como la metanfetamina y la cocaína, los alimentos muy sabrosos que tienen un alto contenido de grasa y azúcar, estimulan el centro de recompensa en el cerebro, produciendo una respuesta similar a la adicción en algunas personas.
Las hormonas endógenas y otros factores homeostáticos, que regulan la ingesta de alimentos y ayudan a mantener un equilibrio energético general, pueden ser completamente anulados por señales externas e influencias ambientales
Los mecanismos de recompensa y los comportamientos sociales interactivos aprendidos son una parte importante para impulsar la ingesta de alimentos, lo que dificulta mucho que las personas realicen cambios de estilo de vida, a largo plazo en los comportamientos alimentarios.
Nuevas evidencias muestran la adicción a la comida y su relación con la obesidad.
Esto demuestra que la investigación sobre la adicción a las drogas, puede desempeñar un papel en el tratamiento de la adicción a la comida y posiblemente en la prevención de la obesidad.
El Manual Diagnóstico y Estadístico, el DSM por sus siglas en inglés, es una guía ampliamente utilizada en Estados Unidos para el diagnóstico de los trastornos de salud mental, tanto en adultos como en niños.
En la misma no enumera ningún diagnóstico de adicción a la comida, pero sí incluye los “trastornos adictivos y relacionados con sustancias” como categoría.
Se observó que el comportamiento de adicción a la comida se puede encontrar en un tercio de las personas con obesidad.
No es un diagnóstico médicamente aceptado, pero tiene relevancia porque está relacionado con algunas de las mismas propiedades que definen la adicción a otras sustancias, como las drogas y el alcohol, e incluso la adicción al juego.
Investigaciones muestran que algunos alimentos altamente procesados, podrían secuestrar el sistema de recompensa del cerebro, llevando a los obesos a experimentar antojos intensos o pérdida del control de la alimentación, cuando comienza a consumir algunos de estos alimentos.
Estos alimentos altamente procesados, con su mezcla de grasas y azúcares, son baratos y de fácil acceso.
Los fabricantes de alimentos eliminan los nutrientes en favor de la grasa y el azúcar, lo que hace que estos alimentos sean más atractivos.
Otros investigadores sugieren que la adicción a la comida es un nombre inapropiado y que la adicción a la alimentación describe mejor este consumo de alimentos, similar a la adicción porque la frase abarca la adicción conductual a la alimentación.
Independientemente de la terminología, este tipo de desorden alimentario, y los alimentos que lo alimentan, es un gran impulsor de la actual epidemia de obesidad.
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